viernes, abril 20, 2007

A nuestro antojo

11


¡Ay!, que gran golpe me he dado en la cabeza. Ahí está tal vez la causa de haber abierto mi mente y haberme animado a escribir este artículo. Y es que debemos estrellarnos contra el mundo para abrir los ojos y darnos cuentas que hay muchas cosas que existen pero que omitimos. “¡Ay!, ahí, hay”

Hace unos cuantos años, en una de las pocas horas de mi vida que uso para leer, me tropecé con una columna del periódico El tiempo, que creó en mí una terrible fascinación. Pida la palabra, me dijo Soledad Moliner, para advertir a la gente cuan grande es el daño que hacen a la lengua española.

Escribir, es tal vez tan monótono, que restamos importancia a la manera como lo hacemos, aunque nos llenemos de babas la boca diciendo que somos el país que mejor habla español, o que tenemos un premio nobel de literatura, es más, decimos “nóbel”. Creemos que una tilde no hace ninguna diferencia, es más, nos estorba. No tenemos ni idea que es una diéresis o una virgulilla. No nos damos cuenta que una simple tilde nos puede transportar del pasado al futuro justo en el instante en que una gota de tinta marca una pequeña línea sobre una vocal. No entendemos que una miserable coma o un triste punto cambian el sentido de todo un texto, creándole una esperanza de subsistir o condenando su existencia y llevándolo a su final, o tal vez sirva para darle razón a ese final, o abrir la mente de quien lee y llevarlo hacia el final que éste quiera crear. Y es que justo éste, esté donde esté, en este párrafo, dará lucidez y fuerza a lo que escribo.

No entendemos lo grandiosa que es nuestra lengua, no valoramos el hecho de usar la “ñ”, por ejemplo, que adoptamos como nuestra para ser mucho más originales. Fácilmente pronunciamos ungüento, o cigüeña, pero no tenemos ni la más mínima idea que hay que ponerle dos punticos arriba a la “u” para que su escritura sea correcta. Escribimos sólo un signo de interrogación o de admiración al final de una frase, olvidándonos del otro que, patas arriba, nos señala que justo allí empieza esa frase y que tiene sentido propio. ¿? ¡!

¿“v” pequeña o “b” larga?, ¿”g” de gato?, ¿”y” de yuca? Solemos preguntar. Es realmente difícil para nosotros decir uve o elle, y más aún saber la razón por la cual existen ambas. Para nosotros es lo mismo “s” que “c”, o que “z”, es lo mismo con o sin “h”, al fin y al cabo se pronuncian igual y al leer entendemos, pensamos. Nos burlamos de quien dice “cualesquiera”, pero decimos “compraré dos camisas cualquiera”, y hasta omitimos las tildes para las mayúsculas, gracias a una regla creada, no sé por quién, pero que nunca ha existido.

Lerdamente, creemos que la eficacia de los avances tecnológicos nos hará eficientes a la hora de escribir, inclusive, algunas veces nos creemos eficaces. Nos sentimos orgullosos mientras menos rayas rojas en zigzag aparezcan debajo de las palabras que escribimos en Microsoft Word, y es que no entendemos que es imposible que un programa de computador conozca cuando pretendemos decir que alguien se va de caza, o que va para su casa; que alguien bebe o que alguien tiene un bebé; que cobra el IVA, o que iba a cobrar, que usa una bota o que va y vota.

Todas esas características de nuestro idioma, mínimas pero hermosas, tenues pero recias, abusivas pero atrayentes, necias pero astutas, enriquecen nuestro entorno, nuestro contexto, nuestro mundo, nuestra vida.

Esa inconmensurable fantasía y belleza de nuestro idioma, me ha llevado durante años a aprender sobre éste y su forma correcta de garabatear con él. Y aunque no me considero un erudito en el tema, si hago lo posible por respetar a quienes lo han sido en la historia. O ¿Por qué será que la obra mayor de la literatura mundial fue escrita en nuestro idioma? ¿Por qué razón la novela del siglo fue escrita por un hispanoparlante? La razón es muy sencilla. Sólo el español tiene tantas variantes y recursos, que las obras escritas en este idioma tienen la inmensa capacidad de ser excepcionales, asombrosas, superlativas.

Simplemente nos gastaríamos la vida entera aprendiendo a hablar y a escribir en español y conocer su suculento y maravilloso contenido. Es por eso que nuestro idioma, que nos ha dado tanto, merece nuestro respeto, y que le devolvamos algo de lo que él nos ha dado, y que nos ha hecho grandes frente al mundo. No escribamos como nos de la gana, a nuestro antojo, hagamos lo posible por escribir como se debe.

“Posdata : pretendó no tener herrores en lo que escrivo, haci se beria realmente mal”

Por: Mario Alejandro Arango Hernández
imagen: www.google.com

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente artículo,comparto plenamente su posición.
infortunadamente maltratamos mucho nuestro idioma y al parecer la ortografía ya a casi nadie le interesa, de allí la importancia que a través de este medio se comience a rescatar nuestro idioma y la importancia de la ortografía.

Anónimo dijo...

Excelente artículo,comparto plenamente su posición.
infortunadamente maltratamos mucho nuestro idioma y al parecer la ortografía ya a casi nadie le interesa, de allí la importancia que a través de este medio se comience a rescatar nuestro idioma y la importancia de la ortografía.

Anónimo dijo...

Muy original la forma de abordar el tema, a veces aprender ortografía es demasiado tedioso. Buena ilustración. Además, tiene la combinación precisa de seriedad y humor; agradable leerlo.

Anónimo dijo...

Mario muy buen artículo, me gusta su forma de escribir. Realmente interesante el tema.

Anónimo dijo...

Desde que leí su primer artículo en el Salmón, había estado ansioso de leer una nueva producción literaria. Y le confieso que este escrito es digno de cualquier columna de diario nacional, es uno de los mejores artículos que he leído en el Salmón. Felicitaciones

Anónimo dijo...

Este artículo es está excelente... me parece úna forma clara y directa de hacer una crítica que sirve a todo neoescribiente....