“Poco a poco, estudiando las infinitas posibilidades del olvido, se dio cuenta de que podía llegar un día en que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su utilidad”
“Visitación no lo reconoció al abrirle la puerta, y pensó que llevaba el propósito de vender algo, ignorante de que nada podía venderse en un pueblo que se hundía sin remedio en el tremedal del olvido”.
“Visitación no lo reconoció al abrirle la puerta, y pensó que llevaba el propósito de vender algo, ignorante de que nada podía venderse en un pueblo que se hundía sin remedio en el tremedal del olvido”.
Gabriel García Márquez
Sus 196 años de edad no le impedían armarse de valor, para levantarse todos los días temprano en la mañana y salir a enfrentarse contra cada una de sus contrariedades.
Su belleza exótica era una de las razones que le permitían seguir luchando sin desfallecer. Ojos azules como profundos océanos diáfanos, su cabellera perfecta como selvas extensas y enmarañadas, sus labios pronunciados casi vírgenes y su silueta impecable como esculpida por Miguel Ángel, daban fe de esa perfección, tal vez única.
Pero su mente, era el problema. Desde muy joven guerras sin tregua la asolaron sin remedio y después de tantos armisticios perdió la esperanza. Su virginidad fue negociada cuando era muy joven al mejor postor y su prostitución la arrojó al abismo de lo mundano. Su conciencia había perdido su valor y una enfermedad terrible se había apoderado de ella. El padecimiento más sombrío que pudiera imaginarse la poseía, quería ser su concubino, su mancebo, para enseñarle que no hay nada más horrible que el olvido.
Fue un proceso lúgubre. Primero comenzó a perder su memoria reciente, no se acordaba de lo que acababa de hacer, no recordaba sus últimos pasos. Después la noción del tiempo se marchó sin darle aviso, no sabía si estaba en marzo o en diciembre, si era lunes o tal vez domingo. Sus recuerdos más nítidos eran los de un pasado lejano que se entrecruzaba con un presente que no comprendía, porque ya no sabía ni siquiera quién era. También comenzó a fallar su lenguaje, no encontraba las palabras para expresarse, y terminó convirtiéndose en un ser retraído y taciturno.
Tristemente su cuerpo no declinaba igual que su mente, debido a su exorbitante belleza, digo tristemente, porque ella quería que llegará el fin, para no seguir sufriendo, pero estaba condenada al patíbulo de vivir sin memoria, a vivir en el olvido donde no se sabe si se está muerto o vivo, un intermedio insoportable entre el cielo y el infierno.
David Díaz Cano.
Imagen tomada de www.historiasdeldoc.blogspot.com.